Existen días en los que desplegamos nuestras alas pero por alguna razón no podemos despegar. Heridas en alguna ala o simplemente un cielo nublado nos obliga a quedarnos en tierra.
Son días en los que la luz no se asoma y nos sentimos estancados en el suelo, no encontrado soluciones o respuestas a las preguntas. Parece que las acciones que efectuamos no tienen sentido o no encuentran destinatario.
Miramos al cielo con esa imposibilidad de no poder tocar las nubes, ni descubrir tierras nuevas desde las alturas. Extrañamos el sonido del viento y el calor del sol al cerrar las pupilas.
Añorando el volar, nos quedamos curando nuestras alas o pacientes hasta que el gris de las nubes se disuelva con el viento. Ahí mirando hacia arriba, recuperamos fuerzas para iluminar en el siguiente vuelo todas aquellas miradas estancadas en el suelo.
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